Alita 22 de Septiembre del año 1097 d.C.

El bello Mar Interior está maldito. Sus tranquilas y cálidas aguas agotan a mis hombres que, ante la falta de viento, se ven obligados a remar. El calor es insoportable y, en ocasiones, cuesta respirar. Finales de septiembre, syyskuu. Hemos atravesado las islas Baleares que, a lo lejos, resplandecían por el brillo de sus racimos de uvas. Uvas de cepas asilvestradas por la desolación y abandono de los hombres. Las Baleares se ven recortadas, en el horizonte, dibujando una isla almenada: los castillos se alzan por doquier, restos de un glorioso pasado de guerras y codicias. Allí ondean los estandartes del Gran Califa Canuto como reliquia del pasado bélico.

Pienso en los días transcurridos en al-Andalus. Las conversaciones astutas con el judío Meyer que, en sus silencios, dicen más que las palabras. Su palacio, rebosante de riquezas, fue compartido con numerosos notables en la celebración de un extraño ritual de apareamiento cristiano donde, juntos, la pareja a unirse, comparten la carne y el vino de su Dios. Las tierras de al-Andalus son, en verdad, estériles, excepto en las vegas de sus ríos y en la costa, donde el pan y el oro brotan de su negra tierra. Mas en nada comparable a la riqueza de este mar Mediterráneo, que nos alimenta día tras día de numerosos y extraños peces jamás vistos en las aguas de mi Suomi natal.

Al horizonte veo tierras. Sus pendones me indican que son gente del norte. Sin duda venidos aquí para que sus hombres abandonen las praderas y se instalen en lúgubres hogares de piedra y barro cocido. Más allá se abren las tierras de una sarracena... quizá ella tenga las respuestas a mis preguntas...